jueves, 9 de septiembre de 2010

Nota publicada en Clarín el 10 de diciembre de 2006

Clarín 10 diciembre 2006

Un barrio, demasiadas ausencias

En once manzanas de Ezpeleta, al sur del GBA, hubo en pocos años 116 muertos y un número similar de enfermos de cáncer. Los vecinos responsabilizan a una estación eléctrica de alta tensión y exigen su traslado.

por Silvina Heguy, e-mail: sheguy@clarin.com

Desde hace años las mariposas no han vuelto a invadir una de las esquinas de Ezpeleta. La señora Gladys Solioz las extraña, sobre todo en septiembre, cuando, en lugar de verlas teñir de colores ese lote descampado que hacía las veces de plaza, sólo ve un paredón blanco que oculta una estación de energía eléctrica. El hecho de que las mariposas no hayan vuelto a Ezpeleta podría parecer una noticia que sólo lamentaría un lepidopterólogo. Pero en este barrio de clase media, a treinta minutos al sur de Buenos Aires, es sólo el comienzo de una lista de ausencias. Gladys Solioz no sólo extraña la ausencia de las mariposas: lamenta sobre todo la muerte de sus vecinos. "En esta casa vivía una señora que murió de cáncer. Al lado,fueron dos los enfermos. Y acá, en ésta de jardincito, vivía un nene de cuatro años que falleció de leucemia ", repasa, y parece una especie de guía de turismo funerario.

A ese descampado de la esquina de las calles Padre Bruzzone y Río Salado los muchachos del barrio le llamaban el campito: era una plaza desnuda en la que solían jugar al fútbol. Fue a principio de los años ochenta cuando la Municipalidad de Quilmes, de la que Ezpeleta depende, permitió a la empresa estatal de electricidad, Segba, instalar en ese terreno una subestación a la que bautizó con el nombre de Sobral. La protesta de los vecinos por el cierre de su plaza obtuvo sólo una promesa de los funcionarios: que pronto volverían a tenerla. Incluso remodelada. Sería al fin una plaza oficial. Pero eso nunca sucedió. Segba se privatizó y se convirtió en Edesur, una de las principales compañías de electricidad de Argentina. Una mañana de 1992 una cuadrilla de obreros llegó hasta ese galpón de transformadores eléctricos. Su objetivo era que la subestación aumentara su potencia instalando dos cables más de alta tensión de ciento treinta y dos mil voltios, cada uno de ellos seis- cientas veces más potentes que los que suelen alimentar de electricidad a cualquier casa de familia.

La ausencia de las mariposas y las muertes de los vecinos, lo sabe Solioz, tenían una misma causa: la contaminación que provoca la acumulación de energía concentrada en la esquina de su casa. En su gira por el mundo, dicen los biólogos, las mariposas nunca se detienen en lugares contaminados. Observarlas es un indicador del estado de conservación del ambiente. Fue en 1997, en una de esas primaveras en las que las mariposas no volvieron, que Gladys Solioz empezó un penoso censo. Unió con cinta adhesiva varias hojas de papel de un cuaderno y dibujó once manzanas de su barrio, en las que viven unas mil novecientas personas. Sobre ellas señaló con una cruz verde a sus vecinos gravemente enfermos. A los que morían de cáncer, les dibujaba una cruz roja. Las hacía para no olvidar la repentina muerte de unos niños de cuatro y siete años ni las de hasta entonces más de cuarenta vecinos que junto a ella habían visto llegar las mariposas a esa esquina de Ezpeleta. También dibujó una cruz para señalar la muerte de su padre. Don Germán Solioz era jubilado y estaba sano cuando comenzó a acompañar a su hija a las primeras reuniones barriales para enfrentar a la empresa eléctrica. Peroun cáncer de pulmón fue fulminante: Solioz murió en agosto de 1998 cuando los vecinos se reunían una vez por semana. Por entonces, les preocupaba lo que iban sabiendo sobre las ondas electromagnéticas que emanaban de la subestación eléctrica de la esquina. Los estudios científicos alertaban que la exposición a ellas podía provocar cáncer. Uno de ellos, de la Organización Mundial de la Salud, establecía que los niños expuestos a más de 0,3 microteslas –una medida que cuantifica los campos electromagnéticos – podían duplicar sus posibilidades de tener leucemia. Respaldada por la legislación argentina –que permite una emisión de hasta veinticinco microteslas en zonas urbanas –, la empresa Edesur argumentaba –y argumenta – que la Subestación Sobral estaba en orden.

CRUCES ROJAS, CRUCES VERDES

A esa altura, los vecinos de Ezpeleta sólo querían que la empresa de electricidad trasladara la subestación eléctrica a un lugar apartado y sin población a su alrededor. Pero los planes de Edesur pretendían llevar más alta tensión al barrio. Durante el día y también la noche, los obreros de la compañía cavaban zanjas para avanzar con el tendido de alta tensión. Los vecinos se tiraban adentro de ellas para impedirlo. Era el 2001 y hubo represión policial contra los manifestantes en la calle. Gladys Solioz y sus vecinos se contactaron con la Asociación Coordinadora de Usuarios, Consumidores y Contribuyentes, una organización no gubernamental que presentó un reclamo frente a un juez de primera instancia de La Plata, provincia de Buenos Aires. Después de meses de litigar, por primera vez en su historia la Justicia argentina hizo prevalecer la defensa de la salud ante la duda o la escasez de pruebas científicas. La Cámara Federal de La Plata ratificó la orden del juez de primera instancia y ordenó detener las obras de ampliación de la subestación Sobral y ejecutar un censo estadístico que analice el medio ambiente, la posible contaminación y sus consecuencias en la salud de los habitantes de Ezpeleta. La Organización Mundial de la Salud también empezaba una investigación similar, pero a escala internacional, sobre las consecuencias a la exposición a las ondas electromagnéticas. Por ello los vecinos siguen exigiendo que se ejecute el censo ambiental que ordenó la Justicia. Por ahora la señora Solioz guarda su mapa de cruces de Ezpeleta en una carpeta de tapas de cartón. La pelea junto a sus vecinos fue un ejemplo para que los de otros barrios afectados por problemas similares se enfrentasen a las empresas de electricidad. Ahora litigan y marchan en las calles para que no se instalen otras subestaciones eléctricas en lugares habitados. En nueve años, Gladys Solioz lleva marcados ciento dieciséis muertos en su mapa, y ciento quince enfermos de cáncer, pero también mujeres embarazadas con malformaciones y docenas de casos de depresión. Los especialistas en epidemias le explicaron que en su barrio preocupa el índice de leucemia: lo esperable es un caso de leucemia por cada diez mil habitantes, y Solioz ya contabilizó por lo menos cuatro casos entre los niños de esa comunidad de casi dos mil vecinos. Sólo sobrevive la impunidad.

Mientras la justicia se despereza, Gladys Solioz actualiza con frecuencia su mapa de cruces en Ezpeleta. No puede olvidarse de las mariposas desaparecidas ni de sus vecinos enfermos ni –mucho menos – de su padre muerto. La mayoría de los sobrevivientes vive ahora con las cicatrices que les dejó el cáncer en sus cuerpos, y exigen que trasladen la subestación eléctrica a otra parte. No quieren mudarse del barrio en el que crecieron. Saben que si ellos se van, vendrán otros y se enfermarán. Y quieren que algún día las mariposas vuelvan a invadir Ezpeleta.

Recuadro

María Elena, nieta de uno de los ministros del último zar de Rusia, fuma un Derby suave en su casa de Ezpeleta. Las rosas de plástico en el florero de la mesa de su sala combinan esta tarde con el rojo furioso de sus uñas. Pita largo.Tira el humo hacia arriba en un gesto que parece el de una diva en blanco y negro. A María Elena, un cáncer de mama la dejó con un hueco a un costado de su tórax y con un desgano que no la deja hacer nada. Se desnuda con un gesto que copió de su abuela, y calca la mueca noble de aquella aristócrata rusa que no sabía ni peinarse sola. Comienza a desabrocharse la blusa. Se saca el relleno de nylon de una parte del corpiño. Se lo desabrocha. Se muestra. Sostiene con una mano su única mama y mira hacia adelante. Fija la mirada en la pared de su casa, donde también rebotan las ondas electromagnéticas de la subestación eléctrica que está a dos cuadras de su casa. Sin mirar la cámara, posa y con ese aire de nobleza y arrabal pregunta:"¿Así?".

María Poljobich vivía en Brown 4732. Murió en setiembre de 2005.

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